jueves, 21 de junio de 2012

Lo comprendí más tarde.

Sí, soy fuerte.. soy una roca… estas cosas las entiendo.
Yo, que me pongo en la piel de todos, en la mía no, la mía la dejo en el armario, entre el polvo. Pero a veces estaba cansada de ponerme en esas pieles usadas, que pertenecían a otros.
Ya está bien, estoy harta de ser comprensiva, déjame en paz.
- ¡No te vayas, te necesito!
Entonces le preguntaba a mi corazón si también la necesitaba a ella. Sí, y me quedaba.
A veces quería resistirme, intentaba domar a mi corazón, darle yo las órdenes: << ¡Tú cállate! ¡No la necesitas! ¡Déjame! >>
Y le clavaba los ojos encima, llenos de una rabia a punto de diluirse. Soltaba mi mano de su muñeca y seguía mi camino.
Cerraba el portal deprisa y subía las escaleras, sin mirar atrás, corriendo.
Porque es instintivo pensar que si te vas corriendo será más fácil no darte la vuelta. Porque te parece que cuanto más lejos estés, más pequeño y distante verás lo que dejas a tu espalda.
Pero las reglas de las perspectivas no son válidas en el amor.
Puedes alejarte mil kilómetros, meses, años, pero sólo con volverte un segundo, con bajar un poco las defensas y dejarte vencer por el recuerdo, allí estará, guapa como siempre, con sus ojos mirando los tuyos, con su boca..
Bastará ese instante para que el final comprendas que no te has alejado tanto, que no has recorrido mucho camino. Será suficiente para que te sientas frágil, para que vuelvas a sentir esa ansiedad.
Pero todo eso lo comprendí más tarde. En ese momento me basta con huir, subir la escalera deprisa y empezar a pensar en olvidarla. Pero luego me la encontraba en el corazón, en un gesto distraído del que ella tanto se reía.
En un ‘perdona’ y en muchas promesas, muchas.


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